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Sólo mi madre bendita,
que es la única que me adora,
sólo ella, la pobrecita
calma el mal que me devora.

Me sigue, me da consejos
y mis lágrimas detiene,
sus ojos son dos espejos
en cuanto el llanto le viene.

Ella le presta el placer
a mi alma ya atormentada,
y juro y podéis creer
que luego de ella no hay nada.

Con su aliento santo y puro
besa a su hijo idolatrado,
y eso me sirve de escudo
porque es amor no explotado.

Y aunque el dolor me taladre
el corazón de los dos,
juro después de Dios
no hay amor como el de madre.